jueves, 17 de octubre de 2013

Cuando la imagen daña el texto

Las imágenes importan, la fotografía es más que un arte en cuya percepción y valoración intervienen elementos que un periodista no puede dejar de tener en cuenta. Al informar a través del texto se deja al lector un espacio de reflexión, y lo que no se dice es tan importante como lo que sí. En cambio con la imagen lo que se muestra es crucial. La fotografía siempre nos sorprende de alguna manera y es violenta  “porque cada vez llena a la fuerza la vista y porque en ella nada puede ser rechazado ni transformado”. [1]



Después de conocer la penúltima obra de Ronald Barthes, La cámara lúcida, me pregunto cómo de responsable es el abuso de la imagen en el hecho de que la credibilidad de los medios sea cada vez más dudosa para todos. Y en este sentido, ¿perjudica al texto?

Para explicar los modos de acercamiento a las imágenes, Barthes distingue los puntos de vista que intervienen en la consecución de una fotografía: El del operador o fotógrafo que hace; del referente, aquello que es fotografiado y experimenta y del spectator, término con el que se refiere a quien observa y valora la imagen. Sobre el referente dice que se trata de “una especie de pequeño simulacro”, otorgándole el sentido de espectáculo.

Cada punto de vista trae consigo un elemento que lo condiciona. Siguiendo la terminología empleada por el autor, al espectator le corresponde una percepción subordinada a los rasgos culturales y conocimientos de aquel, y en su valoración de la imagen intervendrá también el punctum, que no siempre estará presente o será descubierto. Define el punctum como el rasgo no intencional que despierta atención, y por tanto cierta emoción, en una imagen. Ese rasgo está presente en la fotografía de forma inevitable y es lo que la dota de sentido al ser al mismo tiempo el sentido que en ella encuentra el spectator.

Vernos “inmortalizados”

Barthes sitúa sus reflexiones bajo la experiencia de un “sujeto mirado y mirante”, se presenta como desconocedor de la posición del fotógrafo. Y para comprender en qué consiste el desempeño de estos roles, hace un análisis de las emociones que despierta en uno mismo el hecho de verse fotografiado. Define así su propia sensación: “la foto es el advenimiento de yo mismo como otro, una disociación ladina de la conciencia de identidad.” Es decir, que la contemplación de uno mismo, inmóvil, en una imagen que mostrará de nosotros mismos lo que cada spectator interprete al mirarla, “es en el fondo un trastorno de propiedad, ¿a quién pertenece la foto?”.

Cuestión interesante la que se plantea aquí; al ser ‘inmortalizados’ y ser conscientes de que con ello posibilitamos el darnos a conocer a través de una imagen,  ¿renunciamos inevitablemente a una parte de nosotros mismos? En este sentido habla Barthes de una “microexperiencia de la muerte”. Y habla de que la tendencia a la “muerte” aparece en la intención con la que miramos en el momento de ser fotografiados, en la pose.

La fotografía sorprende y construye

Uno de los primeros fotoperiodistas modernos fue Erich Salomon, con él se popularizó la llamada “fotografía cándida”, caracterizada por realizarse sin que el referente perciba al fotógrafo. Tales imágenes serán vivas porque carecen de pose. Así el valor de la imagen está en su tema y en la emoción que provoca.

La fotografía siempre representa algo, y a través de la afirmación de Barthes de que una imagen revelará detalles que constituyen el objeto de estudio en el campo de la etnología, se deduce que la fotografía, por sus condiciones propias y las limitaciones que trae consigo su forma, condiciona la historia, al tiempo que la está construyendo.

En el capítulo 14 de La cámara lúcida, titulado “Sorprender”, Barthes reflexiona acerca de que “en un primer tiempo, la Fotografía fotografía lo notable, pero muy pronto decreta notable lo que ella misma fotografía”.

No podemos recordar todas las noticias que incluía la portada del periódico de ayer, pero nos acordamos de las imágenes; o al menos de la principal. Ya hace décadas que se impuso en los medios la espectacularidad característica de la cultura de la imagen.

“Vivimos en un mundo completamente dominado por la imagen fotográfica, que moldea e informa todos los aspectos de nuestra vida diaria. La fotografía funciona como grabadora, narrador, informador y comunicador, Las fotografías son memorias, registros actuales, un momento congelado en el tiempo que de alguna manera vive a través de nuestra mirada; y sin embargo pertenecen a otro mundo, uno que ya ha pasado, son una ilusión”.[2]

El 4 de marzo de 1880 apareció en el Daily Herald de Nueva York, y por primera vez en prensa, una fotografía reproducida mecánicamente. Veinte años después la fotografía ya era algo común en los periódicos, cambió la percepción del público y empezó a convertirse en un arma de persuasión muy poderosa.

Con ello, el fotoperiodismo no puede dejar de ser un valor añadido para la ciencia de la información. El problema está en que los propios medios, y las agencias que les suelen proporcionar las imágenes, en muchos casos tiran piedras sobre su propio tejado. Lo hacen condicionando el trabajo de los fotógrafos, dando instrucciones, o manipulándolo directamente para adaptarlo a publicaciones que siguen otros criterios. Demasiado a menudo, con la imagen se busca más impactar que informar y eso contribuye a que desde fuera se mire con escepticismo todo el trabajo periodístico.

“Es a mí a quien corresponde escoger, someter su espectáculo al código civilizado de las ilusiones perfectas, o afrontar en ella el despertar de la intratable realidad”[3]



[1] BARTHES, Roland (1980): La cámara lúcida. Nota sobre la fotografía. 10ª edición (1989) Barcelona: Paidós p.141

[2] DREW, Helen (2006) Fundamentos de la fotografía, Blume p.9

[3] BARTHES, Roland (1980): La cámara lúcida. Nota sobre la fotografía. 10ª edición (1989) Barcelona: Paidós p.178


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