domingo, 18 de mayo de 2014

La guerra en el interior de las personas

“Existe una especie de solidaridad interhumana que jamás deberían destruir las frías razones políticas”

Portada de la edición de 2003. Barcelona:
Anagrama. La primera se publicó en 1976


Encontramos en este título una de las reflexiones recogidas en Un día más con vida, el relato del periodista Ryszard Kapuscinski (Polonia, 1932 – 2007) sobre los tres meses que vivió en Angola, entre agosto y noviembre de 1975. Un periodo, tras el fin del poder colonial portugués, en el que el gobierno provisional por la independencia de Angola queda dividido y se desata una guerra civil que se prolonga durante más de tres décadas.






“…la imagen de la guerra es intransferible. No se puede transmitir ni con la pluma ni con la voz ni con la cámara. La guerra es una realidad sólo para aquellos que están apresados en su interior, sangriento, sucio y repugnante”.

Consciente de la dificultad de hacer sentir una realidad a quienes están lejos de ella, en 182 páginas el llamado maestro del periodismo cuenta su experiencia en Angola a modo de diario personal. Al relato de sus vivencias añade una explicación sobre este extenso territorio del sur de África: su clima, su población, la represión a la que fue sometida por el poder colonial, su historia política y, sobre todo, humana. Un día más con vida es una obra tan literaria como periodística, en la que Kapuscinski, para contar la guerra, se convierte, como diría Ramón Lobo, en un buscador de contextos. De detalles que encuentra en las personas y en su relación con ellas.

Describe la personalidad de aquellos con los que convive, también soldados y líderes de los distintos frentes, pero no habla de ideologías o posicionamientos, sino del sentido que le trasmite todo lo que le rodea. Describe la incertidumbre, y la desesperación de las personas que atiborraban el hotel Tívoli cuando él llegó a Luanda, viendo cómo la población huía de allí en estampida, enfrentándose unos con otros para poder subir a un avión. Él se queda, en una tierra cada vez más abandonada y destruida, para observar, sentir y contar lo que y a quien allí conoce. Observa a los soldados y ve a hombres que no quieren luchar ni matar, sólo sobrevivir: “no busca que sus balas alcancen al enemigo, lo que  busca es matar su propio miedo”. Kapuscinski obliga al lector a detenerse sobre detalles que describe con delicadeza, mostrando sus propias reflexiones.

“A pesar de que los dos mundos –el del lujo y el de la miseria- lindan entre sí y que nadie vigila los ricos barrios europeos, los negros de las chabolas no intentan adueñarse de ellos. Semejante idea, simplemente, no se les pasa por la cabeza. Tal vez sea esta la mejor explicación de su pasividad”.

Se mira también a sí mismo, revela su propia vulnerabilidad ante el conflicto que lo amenaza y aquello a lo que se aferró para superar cada día. El télex que le permitía la comunicación con Varsovia, un vaso de agua que le evitara un desmayo o alguien amable con quien hablar fueron elementos que ayudaron a Kapuscinski a mantener la idea de que “incluso la peor de las situaciones, si en tal nos hallamos, se descompone en elementos simples entre los cuales habrá algunos a los que asirse”.








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