Imagen de CEO. EFSA and conflicts of interests |
El periodista de investigación Michael Moss ha publicado el libro Salt, sugar, fat: How the Food Giants Hooked Us, que es el resultado de un estudio realizado en 2010 y que muestra cómo las empresas, conociendo el poder adictivo del azúcar, lo añaden como ingrediente extra en los alimentos para atraer a los consumidores, y se preocupan además de que estos no crean que están poniendo en peligro su salud con malos hábitos alimenticios.
Un informe de la OMS (Organización Mundial de la Salud) y la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), publicado en abril de 2003, afirma que el consumo de azúcares añadidos influye directamente en las posibilidades de sufrir obesidad, destacando los refrescos como alimentos con gran cantidad de azúcar innecesaria. Las empresas productoras de refrescos no tardaron en reaccionar, viéndose perjudicadas por la información de estos estudios.
El científico Philip James explica en el programa La noche temática de TVE que el mercado alimentario presiona a los gobiernos, por ser la comida la primera industria del mundo. Como prueba de ello pone el ejemplo de la acción del ministro de sanidad de EEUU, que dijo del citado informe de la OMS que era infundado, defendiendo que los refrescos, como la Coca-Cola, no eran de ninguna manera perjudiciales para la salud. Empresas como Kraft Foods, Coca-Cola o Nestlé ofrecen informes validados por médicos para ganar credibilidad y conseguir políticas convenientes a sus intereses.
Un video realizado por CEO (Corporate Europe observatory), una ONG que vigila a los grupos de presión, explica que grandes marcas del sector de la alimentación mantienen vínculos con la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria, la EFSA, e incluso tienen trabajadores que son a su vez científicos de la autoridad europea. Lo que significa que no existe independencia entre los intereses económicos de las grandes marcas y las instituciones que se sitúan como referentes para las políticas públicas en lo referido a la salud.
Por ejemplo, el jefe de los expertos en nutrición de la EFSA, Albert Flynn, es también miembro del consejo científico de Kraft foods, una de las grandes multinacionales que financian la investigación sobre el sector de la alimentación. Otras instituciones que se suponen independientes, como el CREDOC (Center de Recherche pour l’étude et l’Observation des Conditions de vie), actúan en realidad como lobbys de la industria alimentaria, al aceptar que empresas como Coca-Cola financien parte de sus estudios. Uno de ellos, basándose en estadísticas, afirma que los refrescos azucarados no contribuyen necesariamente a la obesidad. Algo que contradicen estudios médicos como el elaborado por AFSSA (Agence Française de Securite Sanitarire des Aliments) en 2004.
Una forma de comunicación de las marcas que protagonizan el sector agroalimentario, para mantener su posición hegemónica, es controlar las investigaciones científicas. Algunas de las empresas con más peso en el mercado respaldan sus intereses basando la seguridad de los alimentos en estudios realizados por científicos que ellas mismas contratan. Este hecho es una muestra del problema que supone para la sociedad la subordinación política a los intereses económicos privados.
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