¿Podemos elegir nuestros gustos? ¿Y nuestro destino?
En su análisis de las
clases sociales, Bourdieu (Denguin, 1930 – París, 2002) plantea que por la coincidencia de
gustos y costumbres, habitus, las personas se reconocen entre ellas, se
reproducen y fortalecen su estatus. Las élites buscarían así mantenerse y
cerrar el acceso a quienes no pertenecen a ellas por adscripción. Aunque no por
ello en la construcción de la realidad dejan de ser influyentes las
acciones individuales, más allá de una estructura de clases que sitúe a cada
uno dentro de un marco. ¿Podemos entonces cambiar nuestro habitus?
Esta podría ser la
pregunta central para describir las aportaciones que para el análisis de clases
ofrece la película El Erizo (2009). A través de sus personajes, la directora
Mona Achache plantea la relación compleja entre estructuras sociales objetivas
y construcciones subjetivas.
¿Los gustos son personales?
Bourdieu, en su estudio
del espacio social contextualizado en la Francia de los setenta,[1]
expone la dificultad de que personas de distinta clase lleguen incluso a
encontrarse físicamente. Dadas las diferencias entre sus gustos, las personas
de distintos entornos sociales frecuentarían lugares de ocio también distintos.
Bourdieu dice que la
posibilidad de encontrarse y de interactuar de las personas estará en gran
medida determinada por la proximidad de sus capitales económico y cultural. En
la gráfica que mostramos, hace un cruce entre ambos para mostrar una
relación entre el oficio al que uno se dedica, las inclinaciones políticas y
las preferencias en cuanto a ocio. Incluso la mascota de cada
uno estaría definiendo el espacio social donde se sitúa. Tener perro sería más
propio de quienes se dedican al comercio y la elección de convivir con un gato
la sitúa Bourdieu como algo característico de los más intelectuales.
Los gustos vendrían
determinados, más que por una voluntad individual, por lo culturalmente
legítimo en una clase. El habitus debe entenderse así como un conjunto de
disposiciones que va más allá de nuestra voluntad.
Esto nos estaría diciendo
que poder cambiar el habitus no depende sólo del capital económico,
que tiene mucho que ver, sino sobre todo de un capital cultural que nos vendría
asignado según nuestra clase social. En este sentido es interesante lo que
plantea la película de Woody Allen Granujas de medio pelo: ¿Qué pasa con
los llamados ‘nuevos ricos’? ¿Cambian su habitus automáticamente por
el hecho de tener dinero? ¿Les da el capital económico el acceso a una clase
alta?
La posición social vendría
caracterizada y estaría también en continua formación y fortalecimiento, por
determinadas actividades que le son propias. Los habitus son definidos por
Bourdieu como “principios generadores de prácticas distintas y distintivas.”[2]
El Erizo, la construcción de la propia identidad
Pero, volviendo a la
película de Achache, vemos que Renée (Josiane Balasko), la portera de un
edificio situado en una zona privilegiada de París y habitado por personas que pertenecen
a una clase social alta, comparte con algunos inquilinos ciertos rasgos que la
acercan a ellos. Renée es una mujer de apariencia y actitud tosca, pero esconde
un gusto por la lectura que la hace poseedora de un capital cultural que ella
misma reconoce como impropio de la clase social humilde a la que pertenece.
Renée se encuentra con que
dos de los inquilinos del edificio, Paloma (Garance Le Guillermic), la niña de
11 años, y Kakuro (Togo Igawa), el japonés recién instalado, quieren descubrir
la personalidad que oculta y la invitan a compartir con ellos su tiempo libre.
La están invitando a ampliar su capital social. Renée lo hace al relacionarse
sobre todo con Kakuro, un hombre culto, elegante y refinado, y aunque acepta
salir con él, duda de estar haciendo lo correcto porque le cuesta reconocerse
como participante de costumbres como ir a la peluquería o a un restaurante. Le
cuesta admitir, incluso para sí misma, que disfruta compartiendo ese habitus.
Por eso esconde sus libros bajo llave y siente vergüenza al visitar a Kakuro en
su propia casa.
En las zonas medias, de
intercambio de habitus, es donde se puede identificar el esfuerzo para
construir la propia identidad social. Encontramos la zona media de la que
habla Bourdieu en el hecho de que Renée y los otros dos personajes se
encuentren y además compartan ocios. Su historia, esas imágenes en las que
Paloma y Renée comen chocolate, la diversión que ella encuentra con kakuro y
sus notas escritas, o el detalle de que los tres tienen gatos como mascotas,
algo que los acerca según la lógica de Bourdieu, estaría diciendo que las
personas y su individualidad pueden sobrepasar las barreras de su entorno
social.
¿Podemos superar las barreras de nuestro entorno social?
Considerando el cierre de
barreras o fortalecimiento del estatus a partir de las costumbres, la clase
social podría entenderse a partir de un grupo de personas que ocupa la misma
posición en un espacio social construido por las afinidades compartidas. Pero, ¿pueden las ‘desviaciones’ individuales
superar ese marco de acción delimitado por el espacio social al que pertenecemos?
Bourdieu nos estaría diciendo que ese traspaso, esa incursión en una clase a
partir de la “afinidad del habitus” no puede darse realmente.
El Erizo parece querer
decirnos que esa dinámica rígida de comportamiento de las clases no lo es tanto
porque los individuos, desde su intimidad, pueden construir su identidad. Pero,
aunque Renée tiene acceso a disfrutar de un entorno social distinto, vemos el
pesar que le causa la conciencia de no pertenecer a él. Y cuando parece que
está decidida a dejar de lado esos prejuicios sobre sí misma, muere
atropellada. Y la atropellan cuando está gritando a un vagabundo conocido para pedirle
que se aparte de la carretera. Quizá una señora refinada de las que vivían en
su edificio no se habría fijado en él. Este final nos deja con la pregunta:
¿Hasta qué punto nuestro destino está marcado por los habitus que caracterizan
nuestro entorno social?
Muy buen articulo.
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