Desaparecer por sobrevivir
Para un estudio riguroso
de esta obra y más datos sobre su autor véase El poder retórico del miedo en George Orwell.
En esta novela, Orwell (India, 1903 - Londres, 1950) nos
guía hacia la desoladora realidad que imagina a través de los sentidos y el
pensamiento de Winston Smith. Su
historia representa una crítica a los mecanismos de alienación puestos en
práctica por las dictaduras fascistas. Es una visión muy cruda, llámese
pesimista o esclarecedora, de las consecuencias de la fuerte represión a la que
se vio sometida la sociedad civil en un momento en el que los totalitarismos de
Hitler, Stalin, Mussolini y Franco estaban recientes.
Portada de la edición de 2013. Barcelona: Random House Mondadori. La primera se publicó en 1949, siendo escrita un año antes.
Lo que a Orwell le preocupa de los gobiernos de su época es su abuso de poder y su renuncia al socialismo, que entendía como forma de organización social llevada a cabo desde el respeto hacia las libertades individuales y la búsqueda de la justicia basada en la igualdad. Sus experiencias lo llevaron a comprometerse con este ideal político y sus obras son una proyección de la realidad social que lo sepultó.
La
neolengua
La realidad que muestra
Orwell está en el año 1984 y la mayor norma, impuesta por el
Partido, es la dirigida a limitar el lenguaje. Se establece en la
civilización la neolengua, que
consiste en prescindir del mayor número de palabras posible. Sin su expresión
se pierde su comprensión. El objetivo es la supresión de las múltiples
interpretaciones y que las nuevas palabras “puedan pronunciarse sin pararse a
pensar en ellas”. Así el Partido podrá igualar al máximo el pensamiento de los
ciudadanos.
El
poder es ver sin ser visto
En 1984 lo primero que
vemos desde los ojos de Winston es “el rostro de un hombre de unos cuarenta y
cinco años, con un espeso bigote negro y facciones toscas y apuestas”, en
un
cartel “de esos pensados para que los ojos te sigan cuando te mueves”. Es el
rostro del Hermano Mayor, que representa la vigilancia como principal elemento
caracterizador de la sociedad de 1984. En las calles del Londres que Orwell nos
presenta y en el interior de cada edificio hay carteles que recuerdan: “El
Hermano Mayor vela por ti”. También hay cámaras y micrófonos distribuidos por toda
la ciudad. Winston, como todos sus vecinos, es consciente del riesgo de ser
espiado, y aunque no puede estar seguro de serlo las 24 horas del día, “tenías
que vivir dando por sentado que escuchaban hasta el último sonido que hacías y
que, excepto en la oscuridad, observaban todos tus movimientos”.
Imagen del film Nineteen Eighty-Four. La novela se llevó al cine en el mismo año que le da nombre. |
Hay tres clases sociales
diferenciadas. De una parte están los miembros del Partido exterior que, como Winston,
trabajan activamente para el sistema. En un estrato social más bajo se
encuentran los proles, el 85% de la población. Una de las consignas del Partido
es: “Los proles y los animales son libres”. Sus tareas no son tan estrictamente
dirigidas como las de los miembros del Partido y este no se esfuerza en
inculcarles su ideología. Todos los individuos pertenecientes a este grupo
mayoritario empezaban a trabajar a los doce años, se casaban a los veinte y
morían cerca de los sesenta. “Dejados a su aire, como el ganado en las llanuras
de Argentina, habían caído en un estilo de vida propio que parecía seguir una
especie de patrón ancestral”. Por encima del nivel de Winston están los
miembros del Partido interior. De ellos se sabe que ocupan un puesto importante
dentro del sistema político del Hermano Mayor, que es la cúspide, pero no se
conocen específicamente sus funciones.
La disciplina se aplica
con vehemencia a los trabajadores del Partido, que los pone al servicio directo
de sus intereses. Como tal, Winston sigue cada día el exigente horario marcado
por las telepantallas, que le recuerdan qué debe hacer en cada momento; cuándo
levantarse, acudir al comedor o abandonarlo para volver al trabajo, hasta
cuándo meterse en la cama lo dictaba el
Partido, apagando la luz a las 23:30 horas; las telepantallas, claro, no se
apagaban nunca.
Los líderes con más poder
se ocultan frente a la creciente visibilidad de las acciones del resto. Lo vemos
claro con la presentación de la figura de O’Brien: “un miembro del Partido
Interior que ocupaba un puesto tan importante y misterioso que Winston sólo
tenía una idea muy vaga de en qué consistía”. El poder es ver sin ser visto.
“La
guerra es la paz”
Este mundo ha quedado
dividido en tres territorios enfrentados en una guerra constante. Winston está
en Oceanía, territorio formado tras la absorción de Gran Bretaña por Estados
Unidos y gobernado por el Socing (Socialismo inglés). Ahora están en guerra con
Eurasia, región surgida de la unión de Europa y Rusia. El tercer Estado es
Esteasia, que abarca China, las islas japonesas, Mongolia y el Tíbet.
La continuidad del estado
de guerra es imprescindible para que el Partido mantenga su poder. El odio de
sus miembros hacia el enemigo y el miedo que les provoca la amenaza de un
ataque, son los sentimientos que logran que quieran dedicar su tiempo a
colaborar con toda clase de preparativos para la guerra. Lo importante es que
haya un enemigo que “represente siempre el mal absoluto”. El enemigo del
Partido es la fuente de toda injusticia y el Hermano Mayor lo único que puede
salvarles de su crueldad.
En realidad, cada Estado
(Oceanía, Eurasia o Esteasia) “lleva a cabo la guerra contra sus propios
gobernantes, el objetivo no es hacer o impedir conquistas territoriales, sino
conservar intacta la estructura de la sociedad”. La guerra deja de existir al
convertirse en una situación continua, es la normalidad. Por eso el Partido
puede afirmar que “La guerra es la paz”.
“Si
queda alguna esperanza, está en los proles”
Winston Reflexiona para
sus adentros sobre la posible existencia de una conspiración contra el Partido,
pero bajo el control al que estaban sometidos “resultaba inconcebible que sus
miembros pudieran reunirse en grupos de más de dos o tres [...] En cambio los
proles, si pudieran ser conscientes de su fuerza, no tendrían necesidad de
conspirar [...] Si queda alguna esperanza, está en los proles”. Winston escribe
este pensamiento en su diario, recordando con pesar cómo una vez observó entre
los proles a un grupo de mujeres que peleaban a voces y golpes por unas
cacerolas para cocinar, que escaseaban. “¿Por qué nunca gritaban así por algo
que tuviese verdadera importancia?”
A través de los ojos de Winston
vemos cómo la instauración del miedo a los propios pensamientos es el arma más
destructora del Estado. En su mente no deja de dar vueltas la pregunta: ¿Cómo
era la vida antes de la Revolución? A pesar de que los libros de texto del
partido explican la miseria en la que se encontraba entonces la sociedad civil
inglesa, bajo la opresión de los capitalistas, Winston no es capaz de imaginar
algo peor a lo que está viviendo. Además de los escasos alimentos y la falta de
intimidad –no excluyente del sentimiento de soledad- a Winston “le sorprendía que lo verdaderamente
característico de la vida moderna no fuese su crueldad e inseguridad, sino su
vacuidad, su lobreguez y su apatía”.
A escondidas, en el único
rincón de su casa al que cree que no pueden llegar las telepantallas, Winston escribe siempre que puede en su diario, no
sin la seguridad de que algún día no muy lejano lo condenarán por crimental (crimen mental en neolengua).
Escribiendo inicia una búsqueda de la verdad que no comparte con nadie, hasta
que se encuentra con Julia, otra trabajadora del Partido. Juntos fortalecen sus
pensamientos y encuentran la seguridad de que existe una conspiración contra el
Hermano Mayor. Es lo que más desea, de haberla se uniría a ella sin dudar.
Así, un día no muy lejano,
se encuentra Winston con un miembro del partido interior, O’Brien,
quien le confiesa su deseo de hablar con él y lo cita en su casa para poder
conversar sin la vigilancia de las telepantallas
(los del partido interior tienen ese privilegio). Winston queda convencido de
que O’Brien es un conspirador político y decide acudir a la cita junto a Julia,
ambos dispuestos a confesar su oposición al Partido. O’Brien les asegura la
existencia de una Hermandad que persigue acabar con su soberanía, una finalidad
que implica que los miembros de la conspiración estén dispuestos a todo,
incluso al suicidio. Aceptan.
Toda duda que Winston
pudiera tener se disipa cuando lee el Libro de Goldstein que O’Brien le
facilita, en sus páginas se confirman cada una de sus sospechas sobre la
naturaleza del Socing: La verdadera
finalidad de la neolengua y la
mutación del pasado a manos del Partido, con el único objetivo de perpetuar su
poder; el origen de los tres Estados y los objetivos de su guerra constante. Ahora
podía estar más seguro de que “aferrarse a la verdad, aunque fuese en contra
del mundo entero, no era sinónimo de estar loco”. A Winston lo consuela saber
que el Hermano Mayor no existe como ser, sino que “es el modo en que el Partido
ha escogido mostrarse al mundo. Su función es ser un foco de amor, miedo y
respeto, emociones que es más fácil sentir por un individuo que por una
organización”.
"El
acto de sumisión es el precio de la cordura"
Cuando había empezado a
ser feliz, y “la vida había dejado de parecerle insoportable”, Winston es
acusado de crimental y recluído, para
ser torturado. También Julia, O’Brien lo había planeado todo.
El mismo que se presenta
como su cómplice y salvador, es quien decide cuándo Winston tiene que
gritar de dolor, cuándo tiene que comer, cuándo puede descansar o dormir y
quien decide si le tienen que inyectar algo que altere su estado. “Era su
atormentador, su protector, su inquisidor y su amigo”. Su voz le había dicho,
no sabía ya si dormido o despierto “te salvaré, te haré perfecto”.
O’Brien tiene un objetivo: Que Winston acepte las normas del Partido, que las
conciba como la realidad a la que pertenece, la única: “No has querido
realizar el acto de sumisión, que es el precio de la cordura. Cuando te engañas
a ti mismo creyendo que ves algo, crees que los demás están viendo lo
mismo que tú. Pero te aseguro, Winston, que la realidad no es externa. La
realidad sólo existe en la mente humana y en ningún otro sitio. Pero no
en la individual, sino en la del partido, que es colectiva e inmortal”.
El partido trata de
perpetuarse a sí mismo. La muerte de los individuos en sí no importa, lo que
importa es la supervivencia de la ideología colectiva.
Winston comprende que
O’Brien está totalmente convencido de sus palabras, “el partido quiere tener el
poder por amor al poder mismo”. No es un hipócrita, es un verdadero tirano. Llega
a la conclusión de que no dejará de castigarlo hasta que consiga domar su
espíritu por completo. De modo que acepta la sumisión, abandona el
esfuerzo de seguir oponiéndose a los argumentos de O’Brien. Comprende que la
única forma de libertad posible es seguir odiando al partido, mantener en su
interior ese odio hasta su muerte. Pero sabe que aún siendo fiel en lo más
profundo de su alma a sus propias ideas, no puede actuar conforme a ellas.
“La
ignorancia es la fuerza”
Ahora es “libre”, tras
haber estado encarcelado, no sabe si durante meses o años, vuelve a su anterior
vida. Pero ya no le preocupan ni la represión, ni la manipulación, ni la falta
de motivación, ya no le preocupa su persona. Su razón obedece ya a los deseos
impuestos, los que le permiten la supervivencia.
Winston decide, acepta y
lleva a cabo en vida su propia muerte. Paradójicamente, vive sabiendo que
no existe. Ha aprendido a practicar el antecrimen,
a “desarrollar un punto ciego cada vez que se le ocurría una idea peligrosa”.
Este es el significado del lema “La ignorancia es la fuerza”. Para sobrevivir
“la estupidez era tan necesaria como la inteligencia, e igual de difícil de
adquirir”.
“La
libertad es la esclavitud”
Winston lo consigue y
ahora tiene más libertad, trabaja menos horas y no tiene que obedecer todo el
tiempo a la telepantalla, de ahí la consigna “La libertad es la esclavitud”.
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