Las imágenes importan, la
fotografía es más que un arte en cuya percepción y valoración intervienen
elementos que un periodista no puede dejar de tener en cuenta. Al informar a
través del texto se deja al lector un espacio de reflexión, y lo que no se dice
es tan importante como lo que sí. En cambio con la imagen lo que se muestra es
crucial. La fotografía siempre nos sorprende de alguna manera y es
violenta “porque cada vez llena a la
fuerza la vista y porque en ella nada puede ser rechazado ni transformado”. [1]
Después de conocer la
penúltima obra de Ronald Barthes, La cámara lúcida, me pregunto cómo de
responsable es el abuso de la imagen en el hecho de que la credibilidad de los
medios sea cada vez más dudosa para todos. Y en este sentido, ¿perjudica al
texto?
Para explicar los modos de
acercamiento a las imágenes, Barthes distingue los puntos de vista que
intervienen en la consecución de una fotografía: El del operador o fotógrafo
que hace; del referente, aquello que es fotografiado y experimenta y del spectator, término con el que se refiere a quien observa y valora la imagen. Sobre
el referente dice que se trata de “una especie de pequeño simulacro”,
otorgándole el sentido de espectáculo.
Cada punto de vista trae
consigo un elemento que lo condiciona. Siguiendo la terminología empleada por
el autor, al espectator le corresponde una percepción subordinada a los rasgos
culturales y conocimientos de aquel, y en su valoración de la imagen intervendrá
también el punctum, que no siempre estará presente o será descubierto. Define
el punctum como el rasgo no intencional que despierta atención, y por tanto
cierta emoción, en una imagen. Ese rasgo está presente en la fotografía de
forma inevitable y es lo que la dota de sentido al ser al mismo tiempo el
sentido que en ella encuentra el spectator.
Vernos “inmortalizados”
Barthes sitúa sus
reflexiones bajo la experiencia de un “sujeto mirado y mirante”, se presenta
como desconocedor de la posición del fotógrafo. Y para comprender en qué
consiste el desempeño de estos roles, hace un análisis de las emociones que
despierta en uno mismo el hecho de verse fotografiado. Define así su propia sensación:
“la foto es el advenimiento de yo mismo como otro, una disociación ladina de la
conciencia de identidad.” Es decir, que la
contemplación de uno mismo, inmóvil, en una imagen que mostrará de nosotros
mismos lo que cada spectator interprete al mirarla, “es en el fondo un
trastorno de propiedad, ¿a quién pertenece la foto?”.
Cuestión interesante la
que se plantea aquí; al ser ‘inmortalizados’ y ser conscientes de que con ello
posibilitamos el darnos a conocer a través de una imagen, ¿renunciamos inevitablemente a una parte de
nosotros mismos? En este sentido habla Barthes de una “microexperiencia de la
muerte”. Y habla de que la tendencia a la “muerte” aparece en la intención con
la que miramos en el momento de ser fotografiados, en la pose.
La fotografía sorprende y
construye
Uno de los primeros
fotoperiodistas modernos fue Erich Salomon, con él se popularizó la llamada “fotografía
cándida”, caracterizada por realizarse sin que el referente perciba al
fotógrafo. Tales imágenes serán vivas porque carecen de pose. Así el valor de
la imagen está en su tema y en la emoción que provoca.
La fotografía siempre
representa algo, y a través de la afirmación de Barthes de que una imagen revelará
detalles que constituyen el objeto de estudio en el campo de la etnología, se
deduce que la fotografía, por sus condiciones propias y las limitaciones que
trae consigo su forma, condiciona la historia, al tiempo que la está
construyendo.
En el capítulo 14 de La
cámara lúcida, titulado “Sorprender”, Barthes reflexiona acerca de que “en un
primer tiempo, la Fotografía fotografía lo notable, pero muy pronto decreta
notable lo que ella misma fotografía”.
No podemos recordar todas
las noticias que incluía la portada del periódico de ayer, pero nos acordamos
de las imágenes; o al menos de la principal. Ya hace décadas que se impuso en
los medios la espectacularidad característica de la cultura de la imagen.
“Vivimos en un mundo
completamente dominado por la imagen fotográfica, que moldea e informa todos
los aspectos de nuestra vida diaria. La fotografía funciona como grabadora,
narrador, informador y comunicador, Las fotografías son memorias, registros
actuales, un momento congelado en el tiempo que de alguna manera vive a través
de nuestra mirada; y sin embargo pertenecen a otro mundo, uno que ya ha pasado,
son una ilusión”.[2]
El 4 de marzo de 1880
apareció en el Daily Herald de Nueva York, y por primera vez en prensa, una
fotografía reproducida mecánicamente. Veinte años después la fotografía ya era
algo común en los periódicos, cambió la percepción del público y empezó a
convertirse en un arma de persuasión muy poderosa.
Con ello, el
fotoperiodismo no puede dejar de ser un valor añadido para la ciencia de la
información. El problema está en que los propios medios, y las agencias que les
suelen proporcionar las imágenes, en muchos casos tiran piedras sobre su propio
tejado. Lo hacen condicionando el trabajo de los fotógrafos, dando
instrucciones, o manipulándolo directamente para adaptarlo a publicaciones que
siguen otros criterios. Demasiado a menudo, con la
imagen se busca más impactar que informar y eso contribuye a que desde fuera se
mire con escepticismo todo el trabajo periodístico.
“Es a mí a quien
corresponde escoger, someter su espectáculo al código civilizado de las
ilusiones perfectas, o afrontar en ella el despertar de la intratable realidad”[3]
[1]
BARTHES, Roland (1980): La cámara lúcida. Nota sobre la fotografía. 10ª edición (1989) Barcelona: Paidós p.141
[2] DREW,
Helen (2006) Fundamentos de la fotografía,
Blume p.9
[3] BARTHES, Roland
(1980): La cámara lúcida. Nota sobre la fotografía. 10ª edición
(1989) Barcelona: Paidós p.178
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