El maltrato de la memoria de un país
Este artículo se publicó en El Diario Fénix, digital activo hasta abril de 2017
Francisco Tomás Camarasa en el salón de su casa, en Villena.
Abril de 2014
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Hace 78 años estallaba en España la Guerra Civil. Cinco años antes se había proclamado la II República, iba a mandar la mayoría, había llegado la democracia. “Entonces, ¿por qué la guerra?”, se sigue preguntando un hombre de 85 años que recuerda con pesar cómo, siendo un niño, vio venir una guerra que llegó para imponer la dictadura a fuerza de fusil.
Con Francisco Tomás Camarasa, Paco como todos lo conocen, recordamos ese tiempo que condicionó la historia política de un país, el nuestro, y dio paso al maltrato perpetuo de su memoria, la nuestra. La rescatamos a través del relato de Paco, cuyo rostro todavía expresa dolor y rabia al pensar en la injusticia.
“Pasamos una guerra que no debíamos haber
pasado, y toda la culpa fue de los que se levantaron en contra de los españoles,
de su voluntad”. Paco no duda de que los únicos responsables de la guerra
fueron los nacionales -‘los de Franco’-,
sobre sus consecuencias asegura haber pensado siempre que “los de
izquierdas se portaron mal, pero los de Franco fueron discípulos aventajados,
fueron peores.”
“Los de Franco fueron
discípulos aventajados”
Una vez vio cómo un grupo
de republicanos prendía fuego a una iglesia, y recordando esa imagen nos
revela Paco que, con siete años, su
única obsesión era que la guerra terminara. “Pero resultó que el nuevo gobierno
de Franco fue peor que el gobierno rojo. Había mucho abuso de autoridad, se
cometieron muchas, muchas canalladas. Estuvieron matando durante la guerra a
todo el que podían y después siguieron matando, durante mucho tiempo. De aquí
salían los camiones con doce personas cada vez, se las llevaban al cementerio
para fusilarlas, allí cavaron las fosas.”
Aún así, la guerra no
redujo a los españoles a dos bandos que se mataban entre ellos. Paco recuerda,
con el cariño y la chispa de tristeza que revela el brillo de sus ojos, a
personas que ayudaron a otras sólo porque eran buenas. Pascual Giménez, nos
cuenta, fue un jefe de policía republicano que al desencadenarse la guerra acogió
en su casa, para ocultarlo, al cura de la Iglesia de Santa María, “porque sabía
que era buena persona. Después, a Pascual lo detuvieron, lo llevaron preso a Alicante
y lo fusilaron”.
Paco guarda silencio antes
de recordar a otro hombre, su tío Ginés, quien “si no se hubiera refugiado en Barcelona,
posiblemente habría sido fusilado también”. Tras la partida de este familiar,
en el 43, un falangista de Villena le contó a Paco que, aunque su tío había
tenido que huir, “todos allí lo apreciaban porque sabían que había sido siempre
buena persona, incluso durante la guerra, y no quisieron molestarlo”.
Cartas desde Barcelona |
Sobre la mesa tiene Paco
extendidas un montón de cartas, antiguas y recientes. Son las que, desde
Barcelona, sigue recibiendo de parte de su primo, Ingenio, que tiene su misma
edad. “Nos escribimos y seguimos hablando de cosas que ocurrieron entonces,
cuando se marcharon, pese a los años que han pasado”.
“El gobierno de Franco no hacía más que robar a los agricultores”
Paco es agricultor,
siempre ha dedicado su tiempo a cuidar el campo, y lo sigue haciendo. Nos
cuenta que, durante la dictadura, “el gobierno no hacía más que robar a los
agricultores. El trigo lo pagaban a 50 céntimos y los estraperlistas lo vendían
a 15 pesetas. El que tenía dinero tenía comida y el que no pues… Hubo muchas
calamidades, muchas. El personal iba al campo a trabajar por la comida, era
algo fuera de serie”.
Nos cuenta una anécdota
que recuerda con detalle: “De vuelta a casa, por la calle iba un chiquillo
comiendo pan de trigo, se le cayó una miga al suelo y el que iba detrás andando
la pisó, se agachó al darse cuenta y, ¡con la uña! despegó el pan y se lo echó
a la boca”. Paco todavía lamenta que tantas personas pasaran hambre al
imponerse el régimen, “había familias, muchas familias en el pueblo, que se
acostaban sin cenar y al día siguiente no sabían si podrían comer”.
“Prácticamente era un
miedo continuo lo que tenían las personas”
Él asegura que no le gusta
hablar de política y que, en general, siempre ha preferido hablar poco. “Eso de
‘al callar le llaman sabio’ lo he tenido yo por norma toda la vida, porque a
veces se remueven discusiones innecesarias, pero lo que no está bien… no está
bien, y aquello es que ¡no estaba bien!”. Reconoce que durante la dictadura
“evitaba contar nada de lo que pasaba, en primer lugar por tratarse de cosas
desagradables, y en segundo lugar porque, por miedo, no podías hablar nada, a
menudo te enterabas de que habían detenido a quien menos esperabas.
Prácticamente era un miedo continuo lo que tenían las personas”. Ahora agradece
poder decir con libertad lo que antes callaba.
Paco es mi abuelo, un
hombre sabio y bondadoso, o sabio por bondadoso. En las conversaciones por carta con su primo Ingenio
hablan de la crisis económica, de las preferentes, del parecido entre los
déspotas de entonces y los actuales. Me sorprenden las reflexiones que guardan
estas cartas, que llegan a mí como un regalo y son una muestra de cómo mi
abuelo se desahoga escribiendo. En ellas encuentro también poemas,
encuentro la esperanza de dos hombres buenos que insisten en recordar. Porque “la
injusticia que tanto se ha callado en España es la que aún hoy sigue condenando
a las personas trabajadoras. Esta democracia no llega a serlo porque siguen
habiendo ‘malas cabezas’ que no merecen el cargo que ocupan”. No se hizo
justicia, y ellos, que vivieron cómo se maltrató la moral de una sociedad
forzada al absolutismo, no lo olvidan.
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